Esta vez llegamos a Cartagena, Colombia con la necesidad de juntar algo de dinero para seguir viaje. El cruce del auto desde Panamá a Colombia nos había dejado con solo 40 dólares en el bolsillo. Teníamos mucha incertidumbre sobre como haríamos para recaudar el suficiente dinero para cruzar el Río Amazonas y luego llegar hasta Argentina pasando por Brasil, que es tan costoso.
No sabíamos donde ubicarnos con el auto para armar la tienda de libros sobre el parabrisas. Dimos vueltas y vueltas hasta que llegamos a la plaza Fernández de Madrid y uno de los chicos que estaciona autos nos ubicó en una esquina. El Negro, así lo llaman sus amigos, todos los días nos guardaba el mismo lugar.
Allí pasamos 15 días desde las 3 de la tarde a las 10 de la noche charlando con todas las personas que se acercaban, contando mil y una vez historias del viaje, mostrando la ruta recorrida y lo más lindo haciendo nuevas amistades.
Todas las tardes nos reuníamos un lindo grupo de argentinos viajeros, no podía faltar la ronda y unos ricos mates. Todos los días se acercaba algún argentino nuevo recién llegadito a la ciudad. Intercambiábamos información de lugares a visitar, donde comprar menús de almuerzo y cena económico y los hostales mas baratos. No podía faltar la charla sobre las comidas argentinas; parece que todos extrañamos un rico asadito.
Una tarde llegaron a la plaza Aimé y Guille con su Kia Besta. A ellos los conocimos hace un año por mail, cuando nos pidieron algunos consejos para realizar su viaje desde Bahía Blanca, Argentina hasta Alaska. Hoy su sueño se esta haciendo realidad. Llevan 9 meses recorriendo todo América del Sur y como todo viajero llegaron a Cartagena para averiguar como pasar a Panamá y juntar algunos pesos con la venta de artesanías en vitro-fusión.. Hicimos muy linda amistad con los chicos. Enseguida organizamos un asadito aprovechando que encontramos unas costillas a muy buen precio en Carrefour.
Todas las noches dormíamos en una gasolinera a las afueras de la ciudad. Las noches se hacían interminables debido al calor y a los mosquitos. A las 12 de la noche se cortaba el poco viento que circulaba y avanzaba el calor húmedo que mantenía adentro del auto como un sauna. Un día decidimos darnos un regalito, aprovechando que habíamos tenido una buena venta y alquilamos con Guille y Aimé un dormitorio en el complejo de la boquilla, donde habíamos estado hace dos años con Alina y Martin, los chicos del 206. Esa noche dormimos muy bien con aire acondicionado. Así se vive otra realidad.
También conocimos a otros viajeros argentinos, Gemma y Diego. Ellos viajan en su estanciera por todo Sudamérica desde hace unos seis meses.
Nos volvimos a encontrar en Santa Marta y viajamos juntos hasta Maracaibo en Venezuela. Todas las tardes teníamos el trabajito de conseguir un lugar seguro para dormir. Un día lo pasamos en un camping al costado de un río, un lugar hermoso. Pelu sacó su caña y apareció con un pescadito para cada uno y Sami y Gemma hicieron tortas fritas, aprovechando que la tarde estaba lluviosa.
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